Entrevista a geólogos/as del IIG & SNGM
El SERNAGEOMIN fue creado en 1981 a partir de la fusión del Instituto de Investigaciones Geológicas (creado en 1957) y el Instituto de Minas del Estado. En este capítulo, Margaret Mercado, Estanislao Godoy y Aníbal Gajardo, nos comentan sobre sus experiencias profesionales y personales como parte de los equipos de geología en el Instituto de Investigaciones Geológicas y luego en el SERNAGEOMIN.
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Además, para conocer un poco más de las experiencias de estos destacados profesionales, los invitamos a leer los maravillosos relatos personales de Margaret y Aníbal.
Consultamos a Margaret por sus recuerdos en el IIG, las formas de trabajo y sus experiencia como una de las primeras mujeres en este campo y esto fue lo que nos contó:
Experiencia como geóloga en Copiapó
Margaret Mercado
Bahía Inglesa, noviembre de 2020.
Empecé a trabajar en el Instituto de Investigaciones Geológicas, Oficina Regional Copiapó, en 1972 durante el gobierno de la Unidad Popular; entonces, la idea era hacer mapas geológicos para conocer el territorio y definir zonas de interés en busca de yacimientos para beneficio del país; como su nombre lo indicaba, era un instituto de INVESTIGACIONES; se trabajaba a escala 1:50.000, para publicar a escala 1:100.000. Con la Dictadura, en mi opinión, ya no hubo ese interés de conocimiento verdadero, sino de producir mapas a escala 1:250.000 con el solo objetivo de poder decir que teníamos esos mapas para que inversionistas extranjeros vinieran a explorar. Que esto no funcionó, en Atacama, estuvo a la vista; sólo a los sectores con buenos mapas llegaron los extranjeros, al norte del río Copiapó; hacia Huasco demoraron décadas en aparecer, y eso porque ellos mismos fueron a hacer sus mapas. Si bien a nivel nacional se hicieron mapas 1:250.000, en Atacama continuamos con los mapas 1:100.000 gracias por una parte a que ya había varios a esa escala, y había varias hojas 1:100.000 terminadas o inconclusas que se pudo compilar 1:250.000, así como también se terminó para Atacama el mapa a escala 1:1.000.000 de Chile que tenía zonas en blanco. Otro factor para poder continuar con los mapeos a escala más detallada fue debido a que pude argumentar en las instancias regionales la importancia de los mapas 1:100.000 frente a gente que tal vez no sabía mucho de geología ni minería, eran militares y similares, indicando que los mapas 1:250.000 debían compilarse a partir de los 1:100.000, y que no valía la pena hacer mapas que en últimas serían preliminares si no contaban con detalle. Yo insistí en eso porque todavía soñábamos que pronto las cosas cambiarían, y necesitaríamos esos buenos mapas. Así, los planes quinquenales en Atacama incluían recursos para mis mapas. Con la creación de Sernageomin, y el traslado de todos los geólogos a Santiago, más el hecho de que por amor me fui a Colombia, los mapas a más detalle demoraron décadas en empezar a hacerse, y más bien se tuvo el descaro de reeditar con el nombre de otros autores, por ejemplo, mis mapas de la cordillera y de la costa, sólo después del resultado de alguna que otra edad radiométrica K/Ar, que por lo demás no significan nada, porque siempre arrojan jurásico, edad que representa el solevantamiento desde las profundidades donde todavía esas rocas no eran capaces de retener el argón.
En lo propiamente geológico, contábamos con excelente apoyo profesional, no sólo de los geólogos del IIG, sino también de la Universidad de Chile. Buen laboratorio de paleontología, apoyo en geología económica, no se necesitó en Atacama apoyo de geología aplicada. Era importante la actitud del jefe directo; mi jefe querido, Manuel Suárez, me orientó siempre. Hay que pensar que hacíamos geología en terrenos inexplorados; nadie había andado por allá, lo que encontrábamos era siempre nuevo. No había análisis radiométricos, de modo que utilizábamos la mente y el martillo para desentrañar la historia geológica. Sólo se hacía cortes transparentes, y los mirábamos nosotros mismos. Como resultado, se cambió la geología de la cordillera; todos los batolitos “terciarios” pasaron a paleozoicos; ¿cuándo pasarán a precámbricos? Se demostró que las areniscas rojas no eran pérmicas, como en el resto del mundo; todavía recuerdo las lecturas de San Román que comentaba lo mismo en 1880, nadie quería creerle que eran jurásicas, o post-secuencias calcáreas fosilíferas del Jurásico. A mí tampoco querían creerme. Se visualizaron las fallas inversas, antes todas eran consideradas normales, se descubrieron por primera vez turbiditas, milonitas, en fin, todo lo que se ve al caminar, ninguna imagen reemplaza el conocimiento que se adquiere analizando las rocas frente a los afloramientos.
De lo que sí carecíamos era de recursos; hubo años en que hubo $0.- (cero pesos) para hacer geología.
Lo anecdótico es que las condiciones en las que trabajábamos eran insólitas si se compara con hoy. Para la cordillera, por ejemplo, no existía tal cosa como exámenes de altura, simplemente se daba la instrucción de que tocaba mapear allá, y que en dos años el mapa debía estar listo. No teníamos vestuario y calzado apropiados; yo trabajaba con botas Hércules de Bata (¿existirán esas todavía?) y calcetas chilotas, pantalón jean y medias panty. Las chaquetas y los sacos de dormir poco ayudaban a no pasar frío. No existía eso de primera capa de nada. No sé qué temperaturas mínimas habría, pero allá en la Laguna del Negro Francisco pasé los peores fríos de mi vida. Reconozco que me dieron los mejores vehículos para subir a la cordillera, y eran dos. En ese tiempo nadie andaba por allá, los caminos eran huellas, se hacía camino al andar. No teníamos comunicación; estaba totalmente prohibido el uso de radios o similares. Los militares siempre temían la organización de atentados. Cuando salíamos 15 días o más, si nos hubiera llegado a pasar algo el primer día, se habrían demorado dos semanas en echarnos de menos para salir a buscarnos. Otro asunto insólito era los mapas topográficos con que contábamos; como era zona limítrofe, no se permitía contar con los mapas a escala 1:50.000 por temor a que los copiáramos (no existían las fotocopiadoras todavía) y se los hiciéramos llegar a algún argentino. Entonces se trabajó directo sobre los mapas 1:100.000. Por suerte no nos mezquinaron las fotos aéreas. Las medidas de seguridad consistían en llevar una manta de Castilla, chocolate, una botella de aguardiente (para saber ahora que el alcohol no sirve para el frío), una sobrecarpa anaranjada para cubrir el vehículo en caso de tener que abandonarlo. Afortunadamente, nunca pasamos susto, más que enterradas en el barro y en la arena. Por lo demás, los conductores con quienes trabajé en esos años, Luis Meneses y Luis Gómez, fueron lo mejor que pude tener, como una hija para uno y una hermana para el otro, excelentes compañeros que nunca me dejaron subir un cerro sola, me ayudaban a sacar las muestras y a cargarlas, nada de lo cual era su función. Yo por mi parte los regaloneaba cocinando ricos platos de comida. Todos teníamos el compromiso a toda prueba para sacar adelante la pega. La convivencia en terreno era de gran compañerismo, ellos eran muy respetuosos, pero al mismo tiempo tenían muy buen humor. Si me veían de rodillas lavando los platos, porque teníamos turnos para eso, me cantaban: “levántate, no pidas más perdón”. Cuando me tocaba a mí levantarme de primera por allá arriba en la cordillera, porque por la noche jugando al dominó o a las cartas, la persona que perdía debía levantarse primero, entonces me gritaban: “Jefecita, ¿ya está el agua tibia para salir a lavarnos la cara?”. Era dura esa levantada; primero, agarrar a patadas el balón de gas para que se licuara; estaba congelado; luego, romper el hielo de la cantina para echar a la tetera a calentar los bloques de hielo. La tarea también era extensiva a preparar el desayuno, con huevitos revueltos que, al echarlos al sartén, de congelados, quedaban como parados. Duro, pero qué daría para volver a vivir eso con mis amigos que ya están en el cielo.
Como geóloga, nunca sentí discriminación por ser mujer. En la Escuela de Geología tampoco, si bien no faltó uno que otro machista desubicado que consideró que no era carrera para una dama, pero mis compañeros y amigos cercanos fueron como mis hermanos, y muchos todavía lo son. En Copiapó, creo que fue más bien una curiosidad que fuera mujer geóloga, nunca me dijeron alguna pesadez. Tal vez me discriminaron positivamente, por ser rubia, andar en moto, o tal vez pasé piola. A pesar de ello, siempre estaba la duda de parte de algunos geólogos sobre el trabajo de terreno de las geólogas, lo cual al final fue un desafío para mí; no me podía dar el lujo de que me pillaran en algún error, de modo que subí hasta el último cerro, sabiendo que los geólogos no lo hacían, o mandaban al alarife a sacar una muestra a la punta del cerro. Cuando me nombraron jefe de la Oficina Regional de Copiapó en 1977, justo a los 30 años de edad, más bien sentí reconocimiento y respeto de parte de mis pares, tanto del IIG como del gobierno regional, y eso que sabían que yo no iba con el Régimen. Lo chistoso es que, sin embargo, de todos modos, cuando me llegaban invitaciones oficiales, siempre decían “… invitan a Ud. y Sra.” PLOP, yo no tenía señora. Tampoco sufrí acoso, ni como estudiante, ni como profesional. Donde sufrí discriminación fue en lo político; como fui simpatizante de la Unidad Popular, y como todo aquel de centro izquierda o izquierda, como hoy, es considerado comunista, me tacharon como tal. No soy comunista, pero tampoco anticomunista, y más bien llevé con orgullo que me consideraran así, porque los comunistas fueron bastante valientes y admirables frente a todo lo que tuvieron que padecer durante la Dictadura: detención, tortura, relegación, desempleo, exilio, y hasta la muerte. En los primeros años de Dictadura, la persona encargada de calificarme cada año, cuyo nombre no quiero que manche este escrito, siempre me calificaba mal, tal vez por temor a que, si me calificaba bien, él también podría ser considerado comunista. Gracias a mis aportes a la geología de Atacama, me gané el derecho a estudiar en el extranjero, me fui a Tübingen en Alemania. Más de uno, y sé quiénes, pusieron el grito en el cielo al saber que mandaban a esta comunista a hacer campaña en contra del Gobierno.
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También consultamos a Aníbal sobre su trabajo en el IIG, las formas de trabajo en terreno y en gabinete, esto fue lo que nos contó:
RECORDANDO EL TRABAJO DE GEÓLOGO EN EL IIG
Aníbal Gajardo Cubillos
Santiago, 05 de abril de 2021
El Instituto de Investigaciones Geológicas (IIG) fue una institución del Estado de Chile creada en 1957 con la finalidad de constituirse en el Servicio Geológico del país. Fue pionero tanto en la generación sistemática de información geológica del territorio nacional, especialmente geología general, recursos minerales, hidrogeología, geología aplicada a la ingeniería, geofísica y geoquímica, como en su difusión a la comunidad geocientífica nacional e internacional, a las autoridades e instituciones del país y a la ciudadanía en general. Todo ello mediante publicaciones e informes técnicos, y la participación en eventos científicos en Chile y en el extranjero.
En ese sentido, ser geólogo del IIG en los inicios de la carrera profesional implicaba tener acceso al conocimiento y al respaldo profesional de geólogos con experiencia, especialistas en las disciplinas que ejercían, con quiénes se empezaba integrando un proyecto que ellos lideraban, lo que se traducía en un efectivo aprendizaje de los métodos de trabajo en gabinete, terreno y laboratorio. De esa forma, la labor realizada constituía, en la práctica, una prolongación de los estudios universitarios y un perfeccionamiento de lo aprendido en ellos.
Es importante entender lo que significaba llevar a cabo un estudio geológico en los años 60 y principio de los 70, del siglo 20, especialmente en el caso del trabajo en terreno de un proyecto de geología regional o de exploración geológica, efectuados en lugares aislados y/o de complicado acceso, en una época con limitados sistemas de comunicación, cuando difícilmente se disponía de radiocomunicación en el vehículo y no existían teléfonos satelitales ni celulares. Por ese motivo, los teléfonos públicos fijos y el telégrafo eran casi la única forma de comunicarse con la Sede Central en Santiago, con las respectivas Oficinas Regionales o con la familia, ante cualquier requerimiento o emergencia. Igualmente, los desplazamientos y los accesos podían llegar a tener un alto grado de dificultad debido a la falta de caminos, especialmente en el norte grande y en el sur y extremo sur del país. En tales condiciones los conductores cumplían un rol fundamental, sustentado en una amplia experiencia obtenida en campañas de terreno en muy diferentes situaciones y ambientes.
En términos del equipamiento para campamento, las condiciones eran bastante precarias con carpas muy básicas, sacos de dormir de muy bajo rendimiento e iluminación únicamente con lámparas a parafina o a carburo. Además, hay que recordar que no existían GPS, tablets, computadoras, acceso a internet, imágenes satelitales y otros medios tecnológicos que sin duda simplifican y favorecen el trabajo en terreno. De esa forma, la ubicación en terreno dependía del buen uso de la brújula y del altímetro, y, especialmente, de la correcta lectura del mapa topográfico.
El levantamiento geológico se efectuaba directamente en los mapas topográficos en papel del Instituto Geográfico Militar (IGM), sobre los cuales se representaba la información geológica con lápiz de grafito y se pintaban las unidades y las estructuras identificadas con lápices de colores. El gran apoyo para la descripción y correlación espacial de las unidades y estructuras eran las fotografías aéreas, especialmente de los vuelos Trimetrogón (1944-1945) y Hycon (1954-1955), sobre las cuales también se mapeaba.
Mención especial merece el vestuario y el instrumental de terreno, en una época en que el concepto de Elementos de Protección Personal (EPP) no se conocía, el tejido polar aún no se inventaba y las únicas capas que se utilizaban eran las de agua, que se rasgaban al primer esfuerzo. Los pantalones normalmente eran jeans, calurosos en verano y fríos en invierno, nada de cómodos para cabalgar y menos aún con la triple costura trasera que frotada contra la montura chilena aseguraba una dolorosa ampolla al final del día. Ni hablar de parkas para diferentes alturas y condiciones climáticas, ni de livianos y cómodos zapatos de terreno de diferentes modelos, ya que las buenas parkas eran casi desconocidas y las disponibles eran heladas y permeables, y las alternativas de calzado eran normalmente los bototos marca Bata o los zapatos de alpinismo, de cuero, bastante pesados y no tan baratos. En forma excepcional podían verse botas Yellow Boots que usaban los geólogos que habían hecho una pasantía o un postgrado en Estados Unidos.
Además, en esa época el instrumental básico de terreno: martillo, brújula, lupa, altímetro, así como el vestuario descrito, eran generalmente de propiedad del geólogo o geóloga, quiénes los utilizaban en el trabajo de campo.
De regreso en la oficina el trabajo de gabinete era también muy propio de la época, ya que, al no existir computadores personales para elaborar el informe respectivo, el texto se escribía normalmente a mano en hojas de block tamaño oficio y la correspondiente consulta bibliográfica se efectuaba leyendo los textos en formato papel y sin posibilidad de reproducirlos, a menos que fuera a mano. El texto se le entregaba a la secretaria quién lo transcribía utilizando una máquina de escribir, usualmente de marca Underwood, y el proceso incluía producir un original y 4 copias con papel carbón, y el uso de avanzados medios de corrección como eran el lápiz goma y el corrector Tipp-Ex.
Como tampoco existían los Sistemas de Información Geográfica (SIG), la versión dibujada en terreno sobre el respectivo mapa topográfico se terminaba en la oficina, y se le entregaba a un(a) dibujante quién lo trazaba a mano con Rapidograph, sobre la base topográfica previamente dibujada en papel transparente. Luego de ser revisado y corregido, el mapa se imprimía en el mismo IIG y se coloreaba a mano para su incorporación en el informe correspondiente.
El informe final del estudio, incluyendo texto, anexos, mapas y figuras, constituía un volumen con tapas de cartulina mecanografiadas, que era encuadernado con corchetes y una cinta negra o con corchetes y un tubo plástico, dependiendo de la extensión del texto y el número de mapas y figuras.
Anécdota de terreno
Recuerdo mi asistencia a las Primeras Jornadas de Minerales No Metálicos, el año 1975, ocasión en que viajé a La Serena directamente desde la quebrada Algarrobal, ubicada entre Copiapó y Vallenar, con ropa de terreno después de unos 20 días en campamento, sin posibilidades de un baño y cocinando con leña pues el gas se había acabado hacía varios días. Tomé el bus que hacía el recorrido entre Copiapó y La Serena en la entrada de la quebrada, pagué mi pasaje y me senté en la mitad, cercano a otros viajeros. Pero cuál sería mi asombro cuando noté que la gente se movía de sus asientos y se hacía un círculo alrededor mío, que pronto entendí era motivado por el evidente desagrado olfativo de los viajeros debido a mi atuendo, el que se mantuvo hasta llegar a La Serena. Me fui el hotel y en la recepción noté el malestar del encargado, me di un reparador baño, y al finalizarlo entendí la situación ocurrida en el bus. Efectivamente, mi ropa estaba insoportable y, una vez bañado, la sensación fue aún peor, y solo terminó cuando la metí en una bolsa plástica para no contaminar la poca ropa limpia que me quedaba. Aún recuerdo mi incertidumbre al caminar al día siguiente rumbo al lugar del evento, al no poder asegurar si los aromas marca Quebrada Algarrobal habían desaparecido, o si tendría otro círculo a mi alrededor en el salón donde se realizaban las Jornadas.